El ensayo académico es un tipo de composición escrita en prosa que de forma breve, analiza, interpreta o evalúa un tema (Gamboa, 1). En otras palabras, intenta resolver un problema por medio de argumentos. Este tipo de texto trata de responder una interrogante (no necesariamente demostrar una hipótesis), trata de respaldar una tesis por medio de la argumentación o exposición (ver argumentación y exposición). Este tipo de texto, motiva el pensamiento crítico e independiente de quien escribe, ya que incita al estudiante a buscar un problema y su posible solución, así como un análisis profundo e individual de algún tema en particular.
Las características del ensayo académico varían según los requerimientos del modelo de cita y referencia que se esté utilizando (APA, MLA, etc.). Sin embargo, como características generales podemos decir que todo ensayo académico hace uso de un lenguaje formal y se escribe en tercera persona del plural o con voz neutra; posee un contenido relevante y bien documentado así como muestra una opinión propia pero justificada con otras fuentes. Finalmente, entre diez y quince cuartillas de extensión, todo ensayo requiere de una introducción, un cuerpo, conclusiones y referencias bibliográficas.
Función en el medio académico
El ensayo desempeña un papel importante dentro del medio académico, debido a que se considera un buen recurso para la evaluación del conocimiento adquirido por los estudiantes. Muchos profesores eligen este tipo de texto por ser ideal para evaluar, ya que motiva tanto la postura crítica del estudiante así como demuestra los conocimientos adquiridos en el área que se esté investigando o desarrollando. Por otro lado, este tipo de texto es bastante flexible y se puede aplicar a todas las áreas de estudio e investigación (con sus debidas variaciones), así que es una herramienta ideal para evaluar el manejo de los recursos argumentativos, expositivos y persuasivos del estudiante así como la habilidad que éstos poseen para la acumulación y revisión de fuentes bibliográficas diversas, según su área de estudio.
Estructura
La estructura típica del ensayo académico consta de una introducción, un desarrollo EXPOSITIVO-ARGUMENTATIVO, conclusiones y referencias bibliográficas. A continuación explicaremos cada una de estas partes con detalle.
La introducción sirve para presentar el propósito del ensayo, para mostrar los acercamientos, de forma general, que se presentarán en el desarrollo y para dar una breve noción al lector de la organización del texto. La introducción también sirve para presentar la tesis central del ensayo, es decir, la pregunta que se intenta responder. Es necesario limitar el tema y enfocarlo en algún punto de interés para lograr una tesis clara y que llame la atención del lector. De esta manera, podemos afirmar que la introducción consta de dos partes: una breve introducción general al tema y a la organización del ensayo, y la exposición de la tesis central.
En el cuerpo del ensayo se desarrollan los aspectos expuestos en la introducción, comenzando por los aspectos más generales o de contextualización acerca del tema y terminando con los argumentos que sostienen la tesis que se expone. La organización de esta parte del ensayo es variada y depende tanto del tema como de las intenciones del autor. Esta sección es la más importante del ensayo no sólo porque expone y argumenta la tesis sino porque demuestra la capacidad de organización, exposición y argumentación del escritor (Gamboa, 4).
Una vez que se tiene la introducción y el cuerpo del ensayo, el autor puede pasar a redactar la conclusión. En la conclusión se recapitulan la tesis y las ideas principales que se expusieron tanto en la introducción como en el cuerpo del ensayo. En esta sección, se comienza haciendo un breve resumen del ensayo y se termina con una frase bien pensada, que cierre la tesis expuesta por el autor. Es en esta parte donde el autor tiene que cerrar el ensayo con una respuesta a la pregunta que se planteó, la cual puede o no coincidir con las ideas, previas a la investigación, del autor. Es decir, la tesis central puede ser cierta o presentarse como falsa, lo importante es cerrar el ensayo.
La bibliografía es una de las partes fundamentales del ensayo porque es en ella donde los argumentos, la información y las ideas, se respaldan. Sin una bibliografía correcta, el ensayo puede no sostenerse o bien, declararse como plagio. Además es importante recordar que las citas, ya sean textuales o parafraseadas, se sostienen en ésta última parte del ensayo. La bibliografía pueden ser libros, fuentes de internet, DVD’s, revistas, tesis, otros ensayos, en fin cualquier cosa que brinde información sobre el tema, lo importante es citarla según el modelo que se esté utilizando.
Pasos para la elaboración del ensayo
Los pasos para la elaboración del ensayo académico son los siguientes:
Plantear un problema dentro de una disciplina (tesis)
Selección y delimitación del tema.
Formular diversas hipótesis en torno al problema planteado. Es decir, el problema tiene solución ¿si o no? ¿cómo? ¿por qué? etc.
Obtener información de diversas fuentes como libros, DVD’s, CD’s, internet, revistas, etc.
Leer, resumir y seleccionar la información útil.
Determinar la línea de argumentos.
Seleccionar la información que apoye a la línea argumentativa.
Esbozar la posible bibliografía según el modelo de cita y referencia elegido.
Elaborar un borrador del texto.
Corregir el borrador, prestando atención especial a la línea argumentativa- expositiva.
Revisar las referencias parentéticas, citas y paráfrasis, notas al pie y referencias finales.
Edición final del ensayo.
Bibliografía utilizada
Arreola Valenzuela, José Luis. El ensayo o cómo empezar a escribir. México: Centro pedagógico de Durango, 1994.
José Pedro Barrán
“Historia de la Sensibilidad en el Uruguay, Tomo II. El
Disciplinamiento 1860-1920”, Ediciones de la Banda Oriental,
Montevideo 1990
Capítulo I: EL
nacimiento de la sensibilidad “Civilizada” y su entorno.
I. A la búsqueda de
décadas claves.
“El investigador
de la hitoria de la sensibilidad advierte que hacia 1900 está en
presencia de sentimientos, conductas y valores diferentes a los que
habían modelado la vida de los hombres en el Uruguay hasta por lo
menos 1860. Una nueva sensibilidad aparece definitivamente ya
instalada en las primeras décadas del siglo XX aunque perviven tal
vez hasta hoy- rasgos de la anterior “barbarie”.
Esa sensibilidad
del Novecientos que hemos llamado “civilizada”, disciplinó a la
sociedad: impuso la gravedad y el “empaque” al cuerpo, el
puritanismo a la sexualidad, e trabajo al “ecesivo” ocio antiguo,
ocultó la muerte alejándola y embelleciéndola, se horrorizó ante
el castigo de niños, delincuentes y clases trabajadoras y prefirió
reprimir sus almas, a menudo inconsciente del nuevo método de
dominación elegido, y por fin, descubrió la intimidad transformando
a “la vida privada”, sobretodo de la familia burguesa en, en un
castillo inexpugnable tanto ante los asaltos de la curiosidad ajena
como ante las tendencias “bárbaras” del propio yo a exteriorizar
sus sentimientos y haceros compartir por los demás. En realidad,
eligió, para decirlo en menos palabras, la época de la vergüenza,
la culpa y la disciplina.
Esa sensibilidad
que hizo del “pudor” y el “recato” una norma sagrada que
impuso al alma y también al cuerpo, ¿cuándo dominó a la anterior
sensibilidad “bárbara”, la del juego y la risa estridente, la
libertad gestua, la muerte macabra exhibida, la violencia física y
la desvergüenza con que el individuo se mostraba e imbricaba en lo
colectivo?
En la historia de
la cultura, las fechas que delimitan períodos son casi fantasías. Y
sin embargo, la Historia necesita siempre de marcos cronológicos
que, a pesar de su arbitrariedad, permitan entrever sus sustancia, el
tiempo. 1Vaya
esto como advertencia al intento que sigue de aprehender dentro de
qué límites se situó el nacimiento de la sensibilidad “civilizada”
en toda la sociedad uruguaya.
Un análisis
cuantitativo de las más significativas medidas gubernamentales y las
modas sociales indicadoras del triunfo de la “civilización”,
demuestra la existencia de tres décadas claves en a implantación
del nuevo orden: los años que van de 1860 a 1890. De 33 hechos de
esa maturaleza que hemos relevado, 26, o sea el 79%, corresponden a
esos treinta años. Señalemos los esenciales.
En el terreno del
disciplinamiento del ocio y la anulación de la Fiesta, de 1873 es el
edicto de la policía de Montevideo que prohibió el juego de agua en
Carnaval y fuera acatado por vez primera por la población; y de 1877
es el Decreto Ley de Educación Común que impuso a los niños la
obligatoriedad de la concurrencia a la escuela primaria.
El rechazo de la
violencia física experimentó su primer gran triunfo efectivo con la
prohibición de esa clase de castigos a los niños impuesta por el
Reglamento de las Escuelas del estado firmado por el Inspector
Nacional José Pedro Varela en 1877, aunque recién culminó en 1907
con la sanción de la ley que abolió la pena de muerte.
La implantación
del puritanismo sexual acusó un decidido impulso bajo el gobierno
eclesiástico del Viacrio y luego Obispo Jacinto Vera (1860-1881); se
nutrió de las rigurosas separaciones de sexos impuestas por los
edictos policiales y reglamentos ministeriales en los “baños de
mar” (1861) y el Hotel de Inmigrantes (1884), y también del horror
ante la “seducción” que hasta los dirigentes sindicales
anarquistas testimonian en su prensa ese mismo año.
Por último, el
alejamiento de la muerte y su embellecimiento negador de lo macabro,
hallaron su concresión en el Decreto de 1861 que prohibió las misas
de cuerpo presente en Montevideo; la resolución de la Junta
Económico-Administrativa de la Capital en 1865 prohibiendo la
concurrencia de los escolares en corporación a los entierros de
niños; el triunfo de la cruz sobre las imágenes macabras en los
avisos fúnebres de la prensa entre 1865 y 1871; el edcto policial de
ese último año que ordenó llevar cubiertos los cadáveres en los
ataúdes; las primeras manifestaciones de la pompa fúnebre a la
italiana hacia 1883; y la prohibición por la junta Económica
Administrativa de Montevideo de la propaganda de objetos fúnebres en
1891.
Pero no debemos
olvidar que a menudo estas resoluciones representan hechos
socialmente diferentes.2
En algunos casos ellas respondían a la sensibilidad “civilizada”
de la elite que buscaba imponerse al resto de la colectividad. LA
supresión del juego de agua en 1873, por ejemplo, creemos que es de
esta naturaleza pues el juego renació con ferocidad años después.
En otros casos, en cambio, cuminaban procesos en los que toda la
sociedad participaba del horror ante a sensibilidad antigua
promoviendo su “civilización”, por ejemplo, cuando la Junta
Económico-Administrativa montevideana prohibió en 1886 la
intalación de “carpas” en que se vendían bebidas alcohólicas
frente a los Cementerios los 2 de noviembre, hecho que fomentaba la
“indecente” mezcla de la Muerte con la Fiesta, típica de la
anterior “barbarie”.
Por consiguiente,
ciertas formas de sensibilidad antigua tardaron en transformarse más
que otras y el avance de lo nuevo fue discontínuo, contribuyendo a
ello sobre todo las diferencias entre elite y mayoría, pero también
un fenómeno más difícil de detectar y sobre el cual la
investigación nuestra no ha avanzado lo suficiente: la mayor
supervivencia de lo viejo en planos como el de la muerte, por
ejemplo, frente a la relativa velocidad con que fue vencida la Fiesta
popular y su acompañante: el ocio.
Para explicar los
diferentes tiempos con que los distintos planos de la sensibilidad
“bárbara” fueron sustituídos, muy probablemente debamos tener
en cuenta el nuevo modelo económico y social que a la par de instaló
en el Uruguay. De este modo de entendería con cierta sencillez que
el ocio haya sido derrotado antes que la imagen de la muerte, también
esencial para el triunfo de la sensibilidad “civilizada”,
apareció, empero, como algo menos directa y claramente emparentado
con la modernización de la sociedad.
LA resistencia de
la sociedad “bárbara” ante algunas transformaciones impulsadas
violentamente desde arriba -la condena del ocio y el juego, la
imposición del culto al trabajo, por ejemplo, prueban que detrás de
estos cambios de sentir y de conducta se halla la lucha social
dinamizadora de un proceso cultural que fue, a la vez, obra de un
sistema de dominación.
Elite y mayoría
tuvieron, entonces, sus propios “tiempos” y también los tuvieron
as distintas esferas de la sensibilidad. Hacia el Novecientos,
empero, la sensibilidad “civilizada” ha triunfado y todo tiende a
acompasarse y ocurrir a la vez: en las elites como en las mayorías,
en el plano de la muerte como en el de la sexualidad.3
Todavía en 1869 la
prensa popular como “El Ferrocarril” se lamentaba de la tentativa
del Jefe Político de la Capital de prohibir el juego con agua
durante el Carnaval y llamaba a la desobediencia colectiva: “Lástima
de ocurrencia[...] Por el pellejo de Belcebú! Y con qué quiere Ud.
Que la emprendamos, estimado Sr. Nuestro? [...] Compasión, Sr Jefe
[y...] que prescindiendo de las flores y de los cartuchos (ay!, tan
sensibles al bolsillo) podamos entregarnos al lacer de bañarnos
recíprocamente [...] ¡Viva el agua fresca! ¡Abajo el úkase que la
priva!”. En 1890 ese mismo
tipo de prensa, caso de “La Tribuna Popular”, condenaba duramente
“el desenfreno”
que “pasó los límites” pues
“se jugó [con agua]
de una manera espantosa en las calles centrales de la
ciudad”
El
cambio de actitud es sugestivo, el periodista de 1890 revela con su
terminante enjuiciamiento del “desenfreno” que hasta los
dirigentes naturales de los sectores populares habían pasado al
campo de la sensibilidad “civilizada”. El juego, la risa impúdica
y el desparpajo del cuerpo tenían los días contados; la gravedad de
la vida se había apoderado al fin de los uruguayos.
La
fecha de finalización del nacimiento de la sensibilidad “civilizada”
por la que hemos optado, 1920, es provisoria y tiene cierto grado de
arbitrariedad. En la tercera mitad del siglo XX, parece que a la vez
de ser dominante la nueva sensibilidad comienza a experimentar
cambios. Las relacioens entre los sexos, por ejemplo se modifican, y
el baño de mar en común es una novedad significativa. El aborto en
cambio, el método de control “civilizado” de los nacimientos,
parece instalarse definitivamente en los hábitos de las parejas, a
lo menos montevideanas. Pero la investigación histórica no ha
avanzado lo suficiente aún para permitir afirmaciones rotundas. Si
los treinta años que corren entre 1860 y 1890 son cruciales a la luz
de esta historia como a las de la vida política, económica, social
y cultural, las décadas que se inician en 1920 están en la nebulosa
y convocan, en primer lugar , al trabajo heurístico simplemente.4
2.
El entorno del Uruguay
“moderno”
Llama
la atención que estas tres décadas en que la sociedad generó una
nueva sensibilidad (1860-1890), sean aquellas mismas en que el
Uruguay se “modernizó”, es decir, acompasó su evolución
demográfica, tecnológica, económica, política, social y cultural
a la de Europa capitalista, entrando a formar parte plenamente de su
círculo de influencia directa.
Entre
1860 y 1868 comenzó la primera gran transformación en el medio
rural, su merinización, la incorporación de la explotación ovina
al lado del tradicional vacuno, y, en la década siguiente, sobre
todo entre 1876 y 1882, el segundo elemento alterador de la estancia
tradicional, el cercamiento de los campos y la aceleración del
mestizaje ovino y vacuno, todos hechos que se halan en el origen de
la sustitución del estanciero caudillo por el estanciero
empresario.5
Batlle, los
estancieros y el Imperio Británico – tomo 1. El Uruguay del 900.
Barrán, J y Nahum,
B. Montevideo, Banda Oriental, 1990.
Imágenes incorporadas en esta página, extraídas de la web.
Parte 1
“La Revolución
Demográfica y el Cambio de Mentalidad”
Introducción
“El Uruguay
conoció en su pasado dos modelos demográficos, es decir, dos
maneras de encarar la vida y la muerte.
El primero, vigente
en el siglo XVIII y la mayor parte del XIX, estuvo caracterizado por
un incremento espectacular en la población debido a cuatro fuertes
oleadas inmigratorias y un permanente y alto crecimiento vegetativo.
La impresionante tasa de natalidad se conjugó con una baja
mortalidad. La familia estaba constituida por una esposa muy joven,
casi adolescente, el hombre mayor y numerosos hijos. LA fecundidad
era un valor socialmente estimado y la muerte, por familiar y
cotidiana, fue culturalmente aceptada.
El segundo modelo
demográfico comenzó a gestarse en 1880-90. En 20 años se afianzó
y hacia 1900-10 estaba constituido. La población disminuyó su ritmo
de crecimiento. De 1900 a 1930 sólo arribaron dos oleadas
inmigratorias a una sociedad que, por relativamente densa. Poco sitio
les dejó. Luego de 1930 se interrumpió toda corriente importante
del exterior. La natalidad descendió más espectacularmente aún de
lo que lo hizo la inmigración y la mortalidad. La familia resultante
se constituyó con una esposa madura y un número de hijos que a
menudo sólo garantizaba el mantenimiento del nivel poblacional, no
su superación. A la mujer-madre sucedió la mujer empleada, obrera,
profesional. El feminismo hizo sus primeras armas. LA muerte, menos
frecuente que antes, fue vivida como algo insólito y hasta
pecaminoso. LA sensibilidad de la sociedad y los individuos se
rearticuló bajo otro patrón.
Ambos modelos
demográficos tuvieron consecuencias, generaron una mentalidad y una
ideología, influyeron en los planteos políticos, económicos y
sociales que los contemporáneos realizaron. Ello será objeto de un
estudio particular en el curso de los capítulos siguientes.
Pero -esto nos
interesa ahora- ambos modelos nacieron, se afianzaron- y uno de ellos
murió- en medio de estructuras que los ambientaron. No hay ciencias
humanas autosuficientes, que se expliquen a sí mismas, al menos
cuando describen fenómenos sustanciales del hombre. La demografía
prueba esta regla.
Así como un cambio
estructural en la economía se alimenta en razones económicas y
otras que no lo son, una transformación del modelo demográfico
ocurre en un medio caracterizado por determinadas formas económicas,
sociales y políticas y... demográficas.
El modelo
demográfico de los siglos XVIII y XIX surgió en un región -La
Banda Oriental- creada de pies a cabeza por Europa. El aporte
indígena fue virtualmente nulo. El vacío de hombres debía ser
colmado para crear cualquier tipo de estructura. En este sentido, la
ausencia de pobladores, dato demográfico, alimentó una demografía
de crecimientos que se necesitaban espectaculares porque se partía
de cero. A su vez, ese vacío inicial condicionó – como la
geografía con su pradera natural- el nacimiento de una peculiar
civilización ganadera: ¿qué otra actividad económica hubo en el
mundo capaz de dar tanto provecho con tan poca mano de obra?
Sin embargo, aun esa
estructura necesitó población, sobre todo mientras no se tecnificó.
Hasta 1875 el medio rural acogió al inmigrante y empleó a sus
propios hijos. La vieja estancia ocupó puesteros para impedir que el
ganado escapara al campo o a la aguada del vecino, muchos brazos para
vigilar las ovejas, otros para castrar y marcar, todos, en fin, para
defender el casco que se habitaba. LA inseguridad envolvía a esta
campaña como una tela de araña.
El estado español
no logró consolidar un dominio efectivo del territorio y aún cuando
lo hubiera hecho en breve plazo en que nos poseyó, las guerras de la
independencia hubieran debilitado el armazón como ocurrió en otras
zonas de América Latina de más temprana colonización. El Uruguay,
independiente desde 1828, no pudo crear un poder central efectivo
hasta 1876. LA guerra civil, ambientada en la debilidad del Estado y
la disputa por la posesión de tierras, se enseñoreó de la nación.
Cuando no era ella, los hombres, sueltos u organizados en gavillas,
merodeaban por los campos, carneando aquí y robando allá un ganado
cuyo valor venal no era escaso al comercializarse fundamentalmente
cuero.
La inseguridad
exigió hombres en varios sentidos: el estanciero debió cumplir la
ineficacia del poder teniendo más peones de los que por meras
razones económicas hubiera necesitado; el país, recorrido a cada
instante por hondas perturbaciones políticas – las largas guerras
civiles del siglo pasado- veía morir a sus hijos y sobre todo partir
a muchos pobladores en busca de mejores garantías para su vid y su
propiedad. Recuérdese: durante la Guerra Grande (1839-1851) miles de
orientales se refugiaron en el Brasil y miles de inmigrantes
europeos, franceses en particular que se habían establecido en
Montevideo terminaron sus días en Buenos Aires. Estos vacíos
demográficos que la guerras civiles renovaban al menos una vez por
décadas, recreaban la apetencia de hombres a la par que las
necesidades de la economía.
El peculiar sistema
de transportes de un país al que no había llegado la revolución
industrial determinó otra demanda suplementaria de brazos. El ganado
era conducido a los saladeros del litoral y Montevideo por troperos,
la lana y los cueros por carreros, llos viajeros por diligencias que
necesitaron casi tanto personal como fuerza caballar.
Por si fuera poco,
Montevideo, centro del comercio de tránsito y la navegación fluvial
con las provincias del litoral argentino y Río Grande del Sur,
también necesitó mano de obra. Miles de marineros se emplearon en
los barcos de cabotaje que nos unían con los puertos del Paraná y
el Uruguay, otros tantos brazos hallaron ocupación en los saladeros
y la industria de la construcción de una ciudad que crecía al
amparo de su vitalidad mercantil.
El vacío
demográfico inicial (o si se prefiere, para ser más precisos, la
virtual ausencia de indígenas); las necesidades de la ganadería
extensiva, parcas pero pero reales, incrementadas porla ausencia de
tecnificación y seguridad en el medio rural; la debilidad del Estado
y las guerras civiles; las apetencias de una ciudad-puerto cuyo
hinterland quintuplicaba el actual, todo aquello configuró un
ambiente propicio para el crecimiento de la población, la familia
numerosa y la recepción generosa de miles de europeos. Por cierto
que, después de instalado, este modelo demográfico se auto-
eliminó. Surgió una ideología y un sistema de valores que lo
fundamentó e incentivó. EL culto a la fecundidad y el rol
exclusivamente materno de la mujer fueron, como veremos, parte de ese
sistema. Estos valores generados por el modelo demográfico
terminaron manteniéndolo más tiempo del necesario, del requerido
por la vida económica y política del país.
En efecto ¿Qué
sucedió cuando el contorno económico y político cambió entre 1875
y 1890? Lo que era de prever si pensamos que todo modelo demográfico
se nutre tanto de la mentalidad dominante como de los conocimientos
médicos de la época y su estructura económica. Las ideas y los
valores en que creen los hombres no responden automáticamente a los
cambios que la economía ambienta. Cada sector de la actividad humana
tiene su ritmo, su “tempo” histórico. Las mentalidades son
“prisiones de larga duración” y cambian mucho más lentamente
que la vida política o la económica.
El modelo
demográfico persistió más allá de lo que el contorno exigía.
Mientras ese desfasaje ocurría mientras el modelo seguía dando
hombres que la economía y la política ya no necesitaban, un tiempo
de transición o crítico se instaló en la sociedad uruguaya y duró
como mínimo unos veinte años: 1880-90 a 1900-10.
La estancia
alambrada entre 1875 y 1890 prescindió de los puesteros, los
agregados y la mitad del peonaje. El ferrocarril eliminó a la
carreta, la diligencia, la tropa... y sus personales. El comercio de
tránsito en decadencia arrastró a la navegación de cabotaje;
dependientes y marineros quedaron sin empleo. Sólo la industria
tímidamente iniciada en Montevideo se abría como una esperanza para
los miles de desocupados que a campaña producía. Más efectiva
resultó – como veremos la emigración a Brasil y Argentina.
La vida política a
su vez se modificó y requirió también ella menos hombres. El poder
central se consolidó bajo el militarismo (1876-1886) y se afianzó
definitivamente con Batlle en 1904. LA inseguridad era un mal
recuerdo. EL personal del estanciero sólo debía cumplir ahora la
función vinculada a la producción. Desaparecieron las sangrías
periódicas de habitantes que las guerras civiles promovían en
muertes y emigraciones-huidas.
Los viejos
crecimientos demográficos en medio de la nueva economía y la nueva
política se tradujeron en miseria. Por fin esa realidad golpeó los
ojos de todos y llegó a a conciencia individual. Así alentado nació
el nuevo modelo demográfico que ya hemos descrito, el de la baja
natalidad, la esposa madura y la familia pequeña. Ese fue el modelo
del “novecientos”, el triunfante y consolidado entre 1900 y 1920,
el contemporáneo y generador de la “revuelta” feminista en plena
actuación política de Batlle y Ordóñez.
Por cierto que
también este modelo uego de creado se auto-alimentó. Otra ideología
y otra escala de valores sustituyeron a las antiguas. La mujer- madre
se vio desplazada por la mujer-empleada y ello ambientó la reducción
de la familia; los ideales de bienestar material y educación se
extendieron a todos los niveles sociales y alentaron la disminución
del número de hijos que las parejas ahora planificaban.
Así el país pasó
en poco más de veinte años de una estructura mental y conductas
demográficas típicas del “Ancien Régime” europeo al mundo de
la “modernidad”. Una revolución silenciosa de gestó en el campo
demográfico. El nuevo modelo, al disminuir la presión poblacional
sobre las estructuras económicas y políticas, concluyó por
consolidarlas en la misma medida en que él se fue fortaleciendo.
Hacia 1920 una civilización uruguaya diferente y nueva había
sustituido a la tradicional.”1
¿Cómo era la nueva
familia ya consolidad en 1910-1915?
La edad de
matrimonio de retrasó en promedio 5 años para las mujeres,
casándose entre los 26 y 28 años. Esto repercutió en el número de
hijos promedio por madre, que no superaba los 6. Los hombres también
se casaban un poco más mayores.
“Los secretos
monstruosos”
“Montevideo, por
lo menos ya conocía formas artificiales de controlar la natalidad y
las aplicaba. De otra manera no se comprende cómo, mientras en
campaña había en 1908 un 23,46% de madres con sólo uno o dos
hijos, en Montevideo ese porcentaje se elevaba al 27,98%.
Naturalmente ue no
hay fácil información sobre este punto. Los métodos
anticonceptivos y contraconceptivos eran celosamente guardados de una
curiosidad pública en esta sociedad puritana que rehuía del sexo en
la misma medida en que le recordaba la fecundidad. Es probable que
los informes enviados al Vaticano por los obispos uruguayos, o los
remitidos a ellos por los curas párrocos, sean la gran fuente aún
inexplorada, como lo han sido para la historiografía francesa del
siglo XIX los de sus autoridades eclesiásticas. (...)
Aborto,
“coitus-interruptus”, y otros secretos “monstruosos”, como
los calificara un contemporáneo, eran formas relativamente
generalizadas. (...)
A nivel íntimo sólo
contamos con un texto que prueba el choque entre la actitud antigua,
reacia al control de la natalidad, y la moderna, su propiciadora.
Quien lo escribió fue sugestivamente u nhombre del interior casado
con una señorita de la buena sociedad montevideana de reciente
origen inmigratorio. Enrique Job Reyes envió en 1914 a su esposa, la
poetisa Delmira Agustini, la siguiente carta luego de la separación
del matrimonio: “...(tu madre) el día de nuestro casamiento, en
una entrevista que tuvimos en la sala y que tu presenciaste de lejos,
pues yo, ni después de casados te conté, por delicadeza, llegó a
hacerme revelaciones monstruosas de impureza y deshonor, y poniéndome
de ejemplo que ella lo hacía con tu padre (...) lo monstruoso, lo
repugnante del consejo de tu madre (...) lo que mostró el fondo
perverso de su alma, en toda su desnudez, a pretexto de que no te
hiciera madre...”2
Capítulo IV
El Cambio del rol
femenino
Puritanismo y
carrera matrimonial
“El modelo
demográfico del novecientos modificó la situación de la mujer en
la sociedad. ¿Quién sino ella era el máximo responsable biológico
de la fecundidad, valor ahora relativizado?
La represión de la
sexualidad femenina era una condición sine qua non para que
triunfara el control de la natalidad con métodos predominantemente
espontáneos, no artificiales. Retrasar la edad matrimonial,
practicar el “coitus-interruptus”, fueron obvias formas de
castración sentidas tanto por el hombre como por la mujer, pero fue
esta última la que más “envejeció” como cónyuge al comparar
1910 con 1880, así como fue también ella la reprimida opr la moral
ambiente que siempre había dejado un mayor margen de libertad sexual
al hombre. ¿Acaso la primera ley de divorcio en 1907 no convirtió
en causal el adulterio femenino “en todo caso” y el del hombre
sólo si ocurría “en la propia casa conyugal o con escándalo
público”? (...)
Por eso se acentuó
el culto a la virginidad que reemplazó al decimonónico de la
fecundidad. LA virginidad probaba que la mujer respetaba el
matrimonio a edad tardía: un nuevo tabú.
Como siempre eran
las clases medias las que mejor asumian los valores originados en el
medio urbano enriquecido el que, a veces, se permitía el lujo de
quebrantar las reglas porque lo podía hacer económica y
socialmente. Era habitual, en las ciudades del interior, que la
recién casada fuera devuelta por el novel esposo al día siguiente
de la boda si se descubría que no era vírgen.
Los noviazgos se
eternizaban en medio de un frenesí erótico masculino tanto más
acentuado como reprimido. La novia, educada bajo fuertes presiones
sociales y religiosas que le hacían sentir el sexo como el mayor
pecado, llegaba al matrimonio a menudo frígida. El jóven debía
esperar a tener una “posición”, ella iba haciéndose el “ajuar”
puntada a puntada. El “dragoneo” - en a acepción uruguaya--
comenzaba en la calle o a la salida de misa, luego la conversación
en el balcón o el zaguán, después, lo que con gracia llamó
Roberto de las Carreras, el interminable “servicio de sala”.
Nunca solos dirá una memorialista: “... la lámpara encendida, con
la madre tejiendo o cosiendo frente a ellos o oyendo, aburrida,
tantos monosílabos y sin que nunca las manos de los enamorados se
tocaran, estaría hasta las 11, hora en la que el padre cerraría el
diario...” (...)
Enrique Job Reyes le
envió a su novia, la poetisa Delmira Agustini, mujer de conductas
atípicas, la siguiente carta reveladora del culto masculino a las
represiones sexuales, dando un toque más serio al asunto: “Te
recordaré dos casos en que te mostré mi caballerosidad y buen
proceder: uno, aquella noche en que quisiste ser mia y que yo me
negué diciendo que jamás harías eso sin que primero fueras mía
ante la ley y ante Dios (...) LA otra fue aquella vez que me
esperaste pronta para irte conmigo, y que yo también me negué a
ceder a tus súplicas, y te dije que jamás mancharía tu nombre y tu
honor, cediendo a fogocidades de tu temperamento...”3
(...)
La aparición del
erotismo
El puritanismo de
las costumbres derivó en una excitación morbosa de la sexualidad y
la sensibilidad. La literatura erótica apareció en el Uruguay
cultivada por tres grandes representantes de lo que nuestros críticos
han llamado con precisión “la generación del novecientos”. Nos
referimos a Delmira Agustini, Carlos Reyles y Roberto de las
Carreras.
El modelo
demográfico, en realidad, no rechazaba al sexo sino a la fecundidad.
El puritanismo era una reacción primaria frente a ese modelo y
hallaba su única justificación práctica como fundamento moral del
retraso en la edad matrimonial. El erotismo fue la reacción inversa
pero también funcionó dentro del modelo. A éste le era indiferente
que el seo volara por sí mismo, siempre y cuando lo hiciera separado
de la procreación, para escándalo de la Iglesia Católica.
El “erotismo”
escandalizó a los contemporáneos que lo advirtieron. Fue la
respuesta subversiva de la élite culta a la represión de la
sexualidad en los jóvenes por una sociedad que deseó así evitar
los esplendores de la fecundidad. Pero fue una forma de rebeldía
absorbida por el modelo. Amor y sexo eran reivindicados -allí estaba
la rebeldía frente al puritanismo- pero al no vinculárseles a la
procreación y la familia, se consolidaba el triunfante patrón
demográfico.
La mayoría de estos
textos literarios, obras de “enfurecidos voyeurs” ha dicho Ángel
Rama, contiene altísimas dotes de sado-masoquismo, fruto patológico
del puritanismo sexual ambiente. Obsérvese este pasaje de la novela
“EL extraño” de Carlos Reyles publicada en 1897:
“Sara sentíase
defallecer, los besos prolongados... estremecíanla... -Me muero-
balbuceó... me muero... repitió, escondiendo la cabeza en el pecho
de Julio para huir de los besos que le producían tanto mal y tanto
bien. Pero él, poseído de la locura erótica, orgulloso de producir
aquella voluptuosidad que mataba, deseando tal vez que muriese entre
sus brazos siguió prodigándole enervadoras caricias, enloquecido de
verla oscilar entre la vida y la muerte...”
Delmira agustini
tocará la misma cuerda, aunque con otra calidad, en su “A Eros”
de 1913:
Porque tu cuerpo es
la raíz, el lazo
Esencial de los
troncos discordantes
Del placer y el
dolor, plantas gigantes.
Porque emerge en tu
mano bella y fuerte,
Como un broche de
místicos diamantes
El más embriagador
lis de la Muerte.
Porque sobre el
Espacio te diviso,
Pente de luz,
perfume y melodía,
Comunicando infierno
y paraíso.
Con alma fúlgida y
carne sombría...
Delmira Agustini
Roberto de las
Carreras reivindicó la sensualidad para la mujer. Su posición
revolucionaria para las mentalidades conservadoras del novecientos,
no elogiaba empero a la mujer madre sino a la mujer amante, con lo
cual el anarquista no cuestionaba el modelo demográfico imperante.
(...) }
En su “Amor libre”
de 1902 el tono es delirante pero claras las ideas: “Caballeros
cruzados del Feminismo, proclamaremos su derecho al placer en el gran
día de la Revolución Sensual!!!”. Y más adelante: “La
reproducción para la mujer representa el sacrificio del individuo en
el altar de la Especie...”4
La entrada de la
mujer en el mercado del trabajo
Liberada de la
misión excusiva que el siglo XIX le asignara -madre-, la mujer pudo
convertirse en obrera, empleada, maestra.
No fue casual que en
el mismo momento histórico en que por el modelo demográfico se
limitaba el papel de madre de la mujer a lo imprescindible, se
forjaran para ella alternativas ocupacionales. Sin duda -¡Ycuánto!-
desempeñaron su papel otros factores: el deseo de la liberación
femenina, el apoyo de los radicales (anarquistas, socialistas,
batllistas) al cambio del rol femenino, y sobre todo, la avidez del
naciente capitalismo industrial por una mano de obra abundantísima y
muy barata.(...)
Reclutadas sobre
todo en la clase media y hasta algunas en la alta, también
comenzaron a aparecer mujeres como alumnas en la enseñanza media y
superior, y hasta egresadas de las Facultades y escritoras.(...)5
El feminismo
militante
LA demografía y el
ambiente que ella modeló condujeron a la “liberción” de la
mujer de su viejo y exclusivo papel de madre. Su entrada al mercado
del trabajo, la enseñanza y la cultura lo prueban. El feminismo
militante, es decir, la asunción consciente por la mujer del nuevo
rol social que la demografía y la sociedad le habían asignado,
nació precisamente en el novecientos.
Fue Uruguay pionero,
como era de esperarse, en el Río de la Plata, Orientada la acción
hacia la obtención de la plenitud de los derechos civiles y
políticos de la mujer, el feminismo nació por iniciativa de la
maestra uruguaya María Abella de Ramírez, quien se había radicado
en la ciudad argentina de La Plata fundando allí el primer centro
feminista en 1903. En 1911 creó en el Atenero de Montevideo la
“sección Uruguaya de la Federación Femenina Panamericana”
En 1916, a
iniciativa de Paulina Luisi, nació el “Consejo Nacional de
Mujeres”, afiliado al Consejo internacional de Mujeres con sede en
Inglaterra.
Feminismo,
anarquismo, socialismo y batllismo tenían múltiples puntos de
contacto. No era raro. En una ética de liberación, la mujer tenía
el mismo derecho de figurar que el proletariado. Pero desde el punto
de vista histórico, la liberación era menos peligrosa para el orden
establecido que a del proletariado. En última instancia, coincidían
el feminismo y ese orden por cuanto ambos negaban el viejo valor
atribuido a la fecundidad. Tal vez esto explique la relativa
facilidad con que cierto tipo de feminismo triunfó.
El programa “mínimo”
de reivindicaciones femeninas presentado por la uruguaya María
Abella de Ramírez al Congreso Internacional de Libre pensamiento de
Buenos Aires en 1906, estableció lo sustancial:
“1° Educación
Física, moral e intelectual igual para ambos sexos.
2° Que todas las
profesiones que están abiertas a la actividad del hombre, lo estén
también para la mujer.
3° Que en todas las
reparticiones públicas sean admitidas las mujeres como empleadas con
el mismo sueldo y condiciones que los varones(...)
7° Que la mujer no
esté obligada a vivir donde el marido se le ocurra fijar el
domicilio, sino que el domicilio conyugal debe ser de común
acuerdo.(...)
11 Divorcio
absoluto, bastando el pedido de una sola de las partes, porque si
para unirse en matrimonio se necesita el consentimiento de ambos
contrayentes, para vivir desunidos en él basta la voluntad de
uno...
12 Suprimir la
prisión por adulterio.
13° Que la
prostitución sea tolerada, pero no reglamentada, la mujer soltera y
mayor de edad es dueña de sí misma; su cuerpo es lo que más
legítimamente le corresponde: puede hacer de ello lo que quiera,
como el hombre, sin pagar impuestos ni sufrir vejamenes policiales”.
La última
reivindicación es sugestiva por cuanto al reclamar la “posesión”
del cuerpo, el feminismo estaba asumiendo la sensualidad pero no la
maternidad. Lo había dicho con su pecuiar estilo Roberto de las
Carreras en 1902: “EL marido es un atavismo... El enemigo de la
mujer es el Antropoide. Nosotros, los feministas, debemos apuñalar
al monstruo interior, al Mâle Originel!...(...)
El programa del
“Consejo Nacional de Mujeres” uruguayo de 1916era coincidente
pero más preciso que el de 1906 en algunos puntos:
“2° Combatir la
Trata de Blancas y sostener el principio de la unidad de la moral,
esto es, de establecer una sola moral para ambos sexos.
3° Trabajar para
que la mujer obtenga el derecho al sufragio en todos los países
donde existe un gobierno democrático representativo...
a) LA apreciación
del trabajo femenino sobre la base de : igual remuneración para
igual rendimiento...”
El feminismo fue
algo más que un movimiento, fue una actitud vital. Precisamente la
encarnaron dos mujeres que no militaron en el movimiento: Irma Avegno
y Delmira Agustini.(...)7
La reacción
conservadora.
LA rebelión
femenina tuvo sus enemigos en las “Clases conservadoras”, la
generalidad de los partidos tradicionales no batllistas, y la opinión
católica.
Sin embargo la
oposición a los proyectos feministas fue distinta según estos
afectaran o no a la unidad de las fortunas o tendieran a hacer de la
mujer un militante en la lucha social.
Cuando el batllismo
propuso el sufragio de la mujer, católicos, conservadores y blancos
alzaron la vos pero no pusieron el grto en el cielo.